No le estoy dedicando todo el tiempo que me gustaría al blog (y a otros proyectos), pero poco puedo hacer al respecto. Las clases me tienen totalmente absorbida. Sin embargo, no quería romper mi promesa, así que, sacando ratejos de aquí y de allá, he conseguido, por fin, escribir mis impresiones sobre una de las novelas que leí para el #LeoAutorasOct. Esta es: Azul. El poder de un nombre. Samidak. Sí, lo sé, es larguísimo, por lo que me referiré a ella, simplemente, como Azul.
En cuanto a los antecedentes, debo decir que me costó una barbaridad decidirme por este libro, y eso que sentía verdadera curiosidad por él. Por una parte, Alejandro Caveda, de cuyo criterio me suelo fiar, dejó un comentario en Twitter poniendo bien la novela. Por otro lado, las valoraciones en Goodreads eran asombrosas. Hablo de una media general de más de cuatro estrellas. No obstante, muchas, muchísimas fueron las veces que pinché en el enlace que me llevaba a la web del libro para, finalmente, no comprarlo. ¡Casi novecientas páginas y solo disponible en formato papel! El precio, cojonudo, ojo, 20€, pero solo de pensar en el tochaco, me tiraba para atrás.
No consigo recordar la última vez que leí un libro de quinientas páginas o más (¿el tercero de Martin de CDHYF? Puede ser). Quien me conoce, o fue al Niebla y me oyó intervenir en las mesas redondas sobre antologías y/o la ciencia ficción actual, sabrá lo poco fan que soy de las novelas tocho que además son sagas, trilogías, etc. En ese sentido, aunque Azul es autoconclusiva, no me ha hecho cambiar de opinión al respecto. Dejad que me explique.
Una de las cosas que más me ha sorprendido de la novela es que, para tratarse de una autora novel, Begoña Pérez conoce bien la herramienta de escritura; algo que agradezco enormemente. No os hacéis una idea del alivio que supone para mí el no estar «corrigiendo» mientras leo, el no tener que obligarme a desconectar y centrarme solo en la historia que me cuentan. Me chirría el leísmo (como buena parte de lo que leo escrito en castellano; una batalla que doy por perdida), pero no me salté ni un solo párrafo, que ya es mucho, y más con la facilidad que tengo para aburrirme. Al menos así fue hasta que al llegar a la página seiscientas me dije «Madre mía, aún me quedan casi trescientas para ver cómo acaba esto». Y ahí mi interés fue decayendo, a pesar de que lo que contaba encarrilaba, por fin, los eventos que iban a desencadenar la tan esperada resolución final.
Y es que Begoña lo cuenta todo. Absolutamente todo. Para quien le guste que se lo describan todo al detalle, y no hablo solo de los escenarios o la vestimenta o las especies, sino del sistema político de cada planeta, los antecedentes que los han llevado a la situación actual, la historia de cada personaje, etc., se lo pasará teta. Para quien, como yo, prefiere las novelas iceberg, lo va a pasar mal. En mi caso, me desesperé en más de una ocasión y le grité al libro «No me lo cuentes. Muéstramelo». Sobre todo cuando la cosa se ponía interesante y sentía que me estaban interrumpiendo la acción, y más cuando era para explicarme algo que o bien ya se había mencionado antes, o bien me lo acababa mostrando más adelante con hechos. En ese sentido, creo que a Begoña le ha faltado unos buenos lectores cero que le dijeran «Ajo. Te repites. Ajo».
Otra cosa que no me ha terminado de convencer es ese narrador omnisciente y omnipresente. Conoce los sentimientos de to quisqui, salta de una perspectiva a otra en la misma escena y sin inmutarse porque lo sabe todo… y te lo cuenta con pelos y señales. Ojo, en cierto sentido esto es algo que me recordó mucho a mis comienzos. Utilizaba ese narrador sabelotodo hasta en la sopa y me parecía de lo más normal, hasta que Rodolfo Martínez me cogió un día por banda y me explicó la importancia del narrador como herramienta y recurso. De ahí que entienda por qué la autora recurre a él, pero vistas las capacidades de Begoña, espero que sea anecdótico solo para esta primera novela.
Por último, me ha costado empatizar con la trama romántica, algo tremendamente importante en esta historia. Mientras se iba desarrollando no podía dejar de pensar que estaba orientado a un público juvenil. Y ya sabéis: en formato audiovisual lo engullo sin problemas (hasta con ganas), pero no cuando lo leo. Me cuesta horrores sentir simpatía por dos jovenzuelos que piensan que el mundo se acaba si la otra persona no está a su lado y no dejan de cometer estupideces por ello. No sé si es que una tiene ya una edad o es que soy poco romántica, pero me daban ganas de matar… para que dejaran de sufrir. Sin embargo, algo me dice que esto (junto a las escenas de acción; muy buenas, por otro lado) le han valido esas notazas en Goodreads.
Dicho todo esto, Azul tiene puntos que me gustan. No le he puesto tres estrellas en Goodreads por nada. Para empezar, es una novela de aventuras, pura y dura, con una escenografía muy pulp de la que soy fan (vamos, debo de ser de las pocas personas a las que les moló Jupiter Ascending o que se lo sigue pasando pipa viendo Flash Gordon y cantando el «Ah-aaah…»). Aunque admito que al principio me costó entrar por ella porque tenía la impresión de estar leyendo fantasía en lugar de ciencia ficción. Daba igual que leyera que algo estaba pasando en el planeta X o en el planeta Y; para mí era como si me hablaran del reino X o del reino Y. Es más, hasta la página setenta no dije «Vale, ya estoy centrada. Esto es cifi».
Por otro lado, cuando la acción entra en escena, engancha y se lee en un plis; aunque, como decía, los intervalos entre dichas escenas (relevantes para que la trama avance) son muy, muy extensos; lo que ha hecho que para mí Azul sea entretenida a ratos.
Si no recuerdo mal, Begoña Pérez ha definido la novela como palomitera en todas sus presentaciones. No estoy de acuerdo. Es una novela de aventuras, sí, y creo que es importante recalcarlo (además de que odio a quienes desprecian este tipo de literatura; sobre todo porque pienso que se publica poco, y siempre pongo a Verne como ejemplo de palomitas que ahora se las considera cool), pero está claro que ella y yo no compartimos la misma definición. Novela de aventuras y palomitera, para mí son cosas distintas.
En definitiva, Azul tiene todas la cosas que no me convencen de las novelas tocho y las juveniles. Es un libro novel y se nota (la ausencia de elipsis, el tipo de narrador…), pero también tiene los puntos suficientes para que me interese por la evolución de esta autora y lo que tenga que decir más adelante. Begoña Pérez ha llamado mi atención, pero para mí aún es pronto para incluirla en mi lista de must. Sé que no ha sido una reseña demasiado amable, pero también sé que aunque los comentarios entusiastas le alegran a una el día terriblemente, jamás hay que perder la perspectiva. Ahora toca esperar.