Fue una noche de un viernes de hace apenas unos meses cuando me hablaron por primera vez de la aparición de unas IA que realizaban composiciones de imágenes. Recuerdo una sensación extraña, incómoda, mientras me explicaban cómo funcionaban. Lo primero que pensé cuando me mostraron distintos resultados fue «Y las imágenes de las que parten para hacer la fotocomposición, ¿de dónde las sacan?». A la respuesta de «de internet» arrugué la nariz. «De imágenes disponibles para todo el público, entiendo», me matizaron. Alcé una ceja.
Día tras día, la gente mostraba más y más resultados a través de las redes. Aunque apenas entro en Twitter, gente cercana me las hacía llegar por Telegram. Fotografías de películas icónicas que aparecían interpretadas por otros actores y con otra estética, carteles que resonaban a autores muy diferentes a los originales… En todos esos días, una única frase pululaba por mi cabeza: «Dejad de alimentar a Skynet».
Una semana más tarde, pasé del «Calculo diez años para que esto se instaure» al «Coño, qué digo diez; cinco. Qué putadón para mucha gente». Porque, de primeras, me pareció una herramienta imperfecta, pero cuando, en cuestión de días, miles y miles de personas de todo el mundo la estuvieron empleando, detectando sus impurezas y avisando de ellas, ajustando parámetros, afinando…, supe que, más bien pronto que tarde, con todos esos datos recopilados a nivel global, las sucesivas versiones que saliesen serían cada vez más y más eficientes. «Skynet ha llegado —pensé—, y el sistema capitalista de mierda en que vivimos no la va a dejar marchar». Frente a eso, ¿qué tipo de resistencia se puede ofrecer? La tecnología está ahí, va a aplicarse queramos o no, así que… ¿solo queda adaptarse o morir? Sí y no.
La gran polémica que ha suscitado la aparición de estas IA gira en torno a la ética de usar imágenes por las que sus creadores no están viendo un céntimo. Me parece un tema lícito, claro que sí. Por una parte, joer, soy escritora, cobro derechos por mis textos publicados. Por otra, coño, soy profesora de artes gráficas, a mi alumnado le explico qué contenido gráfico y tipográfico, accesible en internet, pueden usar o no en sus trabajos para no incurrir en la ilegalidad. La pregunta es, por tanto, ¿hasta qué punto estas IA están cometiendo infracciones? La respuesta a estas alturas es «depende». E insisto en lo de «a estas alturas», porque si bien al principio podías toparte con elementos reconocibles como, por ejemplo, el más escandaloso, el rastro de una marca de agua, Skynet se ha empleado lo suficiente para que sea cada vez más y más difícil rastrear el o los originales. Difícil no significa imposible, claro, pero dadle tiempo.
Imagino que llegado a este punto habrá gente que, intuyendo por dónde voy a ir, deje de leer porque su respuesta es bien distinta a la mía. No hay grises posibles. Emplear esa herramienta es apoyar al mal, con mayúsculas. Yo, que los extremos los llevo mal, difiero. Así que quien quiera que deje de leer o prosiga. Como prefiera.
Voy a exponer un ejercicio sobre fotocomposición que puse, hace ya siete años, para la asignatura Tratamiento de imágenes. En clase, pasé la ilustración de portada que realicé para mi novela La mirada extraña. En el ejercicio, pedí:
- Identifica cuántas imágenes (fotografías) han sido necesarias para llevar a cabo esta composición (acertaron dos e intuyeron una de las cinco que usé en total).
- A través de las herramientas de búsqueda vistas en clase, localiza el origen de las imágenes que se emplearon para la fotocomposición (no acertaron ni una).
Con este ejercicio intenté hacerles entender qué estaban haciendo mal en algunos trabajos que me estaban entregando. En pocas palabras, si tu fotocomposición no resulta un trabajo totalmente nuevo, es decir, que los elementos son reconocibles del original, tu trabajo infringe la ley de derechos de autor. No basta con emplear un filtro o dos, no basta con eliminar un elemento o deformar otro par. Si las modificaciones realizadas no son las suficientes para entenderse como un trabajo nuevo, hablamos de plagio y no de original.
En el tema de las IA, para mí, se aplica lo mismo. Si el resultante es trazable o reconocible se trata de un plagio y hay que pagar derechos. Si el resultante, tras las modificaciones pertinentes, da lugar a algo totalmente nuevo (no reconocible ni trazable), es un original. No importa que sea cosa de humanos o de una IA. La gran diferencia entre uno y otro es que a mí me llevó cinco días crear aquella portada (entre búsquedas de imágenes, retoques y retoques hasta que no quedó nada de los originales y artefinalizar aquello) y a una IA le puede llevar cinco minutos realizar la composición base que un ser humano termina de rematar. Cuarenta horas frente a, no sé, catorce, por ser laxa, son una barbaridad en términos capitalistas.
Por todo ello, pese a mi recelo inicial, como te comenté en los primeros párrafos, en estos momentos no veo una aberración el uso de una IA como herramienta de trabajo (como lo es el propio programa de Photoshop) siempre y cuando:
- Las imágenes obtenidas no pertenezcan a entornos privados o de pago (la IA no debería tener acceso a ellos).
- El resultante no sea de origen trazable o reconocible.
Si no se cumplen estas condiciones, entonces eso es plagio y debe pagarse derechos de autor por ello. Hay que quejarse. Si el resultante es una nueva obra (un original), lo siento, pero no hay nada que hacer. Le pese a quien le pese.
Este debería de ser el debate, pero no se está dando, confundiendo ética con sentimientos, aunque entiendo a la perfección el temor que esta cuestión suscita; sobre todo, si se tiene en cuenta que va a llegar un punto en que estas IA acudirán a los resultantes de otras IA y la trazabilidad será prácticamente nula. Y cuando ese momento llegue, que llegará, adiós a la figura del ilustrador como la conocemos hoy en día.
«No juegues con el pan de mis hijos» es la frase que mi padre suele decir para explicar, entre otras cosas, cuándo un grupo de trabajadores dice «Basta». Ahora bien, aunque para este caso la reacción de rechazo tajante es comprensible, pese a que no la comparta por los motivos que he dicho antes, las formas que se están empleando ya no me gustan tanto. Porque el bullying cibernético es violencia y nunca, jamás estaré a favor de ella.
Mucha gente no se da cuenta de que hay quienes se suman al linchamiento porque disfrutan esa violencia. Para estas personas, la causa les da igual, el apoyo no es real, solo les importa hacer daño. Darán las primeras patadas sabiendo que, tarde o temprano, se sumará el resto, empujado por la rabia, el miedo y el frenesí del momento. Los argumentos de la gente razonable se perderán, se silenciarán ante los atronadores gritos, y, cuando la turba se disipe y deje un amasijo de carne en el suelo, nadie cargará con el sentimiento de culpa, porque se repartirá entre los integrantes hasta que no quede nada. Se hizo lo correcto.
Supongo que quien leyó Pakminyó sabrá lo que opino de esto. Me da igual que tu causa sea justa. Si permites la atrocidad por el bien mayor, no eres mejor que el enemigo que combates. Eres peor, porque lo envuelves con buenas intenciones.
Dicho todo esto, sí creo que hay debate en este asunto. Por ejemplo, que se emplee la IA, complementada con otras herramientas de retoque fotográfico, siempre que al resultante pueda considerársele una obra nueva. Y, como escritora de ciencia ficción que soy, también me parecen interesantes las derivaciones que pueden surgir a raíz de la aparición de estas IA. Por ejemplo, qué nuevas profesiones pueden surgir, qué nuevas ramas de estudios (titulaciones) pueden aparecer… Lo que está claro, al menos para mí, es que el artista no va a desaparecer. De la misma manera que cuando apareció la cámara de fotos y los retratistas pusieron el grito en el cielo no se borró del mapa la figura del pintor. Y lo mismo para otras ramas «artísticas». En mi caso, por ejemplo, la idea de poder alimentar a una IA con mis textos para que aprenda mi estilo y después introducirle parámetros, capítulo a capítulo, para que me componga la base, que retocaré y puliré hasta que quede a mi gusto, no me asusta; más bien, todo lo contrario. En todo caso, mi problema sería disponer de tiempo para dedicarme a aprender a parametrizar bien y que así el proceso de corrección no me llevase el mismo tiempo que empezar de cero.
Nos guste o no, es obvio que estamos ante el fin de una era y el comienzo de otra, producto de un sistema capitalista atroz. No voy a decir «La resistencia es fútil», como decían los Borg en Star Trek, pero si hacemos caso a la segunda temporada de la serie Picard, pese al miedo, la convivencia es posible. Si el miedo gana, no hay esperanza, la destrucción está asegurada.