Maldito (tercera entrega)

Antes de empezar a leer…

1. Si quieres saber qué es esto, o bien leer las entregas anteriores, pincha AQUÍ para acceder a la categoría: Maldito.

2. Esta es la última entrega y con el final que se publicó en el Visiones 2007.

Y ahora sí. ¿Quieres seguir leyendo?

Habían abandonado la sala de operaciones clandestina para buscar el calor del carajillo que el Cura le había ofrecido. Este no parecía afectado por la escarcha que aún estaba deshaciéndose en la habitación contigua, mientras que él seguía sintiendo el frío calándole los huesos a traición. Mantenía la mandíbula apretada para que no le castañetearan los dientes y el cuerpo en tensión; tanta que sus músculos comenzaban a rabiar doloridos.

Observó escéptico cada gesto de Malaquías que puso dos tazas de café encima de la mesa y una botella de Negrita antes de tomar asiento. Luego permaneció en silencio durante un buen rato con la mirada perdida a la par que jugueteaba con la taza de café que hacía girar entre las manos.

—¿Crees en Dios, muchacho?

—Uf. No tengo ganas de hablar de teología, Padre. Lo que menos me apetece ahora es un discursito sobre que Dios me ama aunque yo no le ame, que cree en mí aunque yo no crea en él y chorradas por el estilo.

—Creo que no ha sido tan difícil la pregunta. ¿Crees sí, o no?

—No soy ateo si es lo que quiere saber, pero tampoco soy creyente. Digamos que me mantengo en un plano indiferente. Me limito a vivir mi vida, pero sin enfadar demasiado al cabrón… por si acaso. Además, siempre puedo arrepentirme. —Sonrió socarronamente.

El Cura no sonrió. Volvió la vista sobre el café, se llevó la taza a los labios y se bebió el contenido de un trago. Luego alargó la mano hasta la botella, desenroscó el tapón con dos dedos, vertió el contenido sobre la taza y dio buena cuenta. Así dos veces más hasta que por fin sonrió satisfecho.

—Mucho mejor —dijo alzando la vista hacia su invitado.

Se sirvió una vez más y cerró por fin la botella.

—Yo sí creo en Dios, muchacho. Oh, sí. Claro que creo en ese grandísimo hijo de la gran puta. Ese manipulador, ese engreído, ese ser caprichoso, ese niño grande que nos putea cuando está aburrido o no se siente suficientemente adulado por su creación.

—Vaya. Jamás pensé que oiría decirle eso a un cura. Porque usted es cura, ¿no?

—Lo soy. —Sonrió con amargura—. Pero no hay mérito en ello. Cualquiera puede serlo en realidad. Solo hay que saber decir lo que otros quieren oír. ¿Crees acaso que a Dios le importa una mierda algo que no ha sido creado por él? Seguramente le resultará curioso, puede que incluso divertido. Porque ten por seguro una cosa: si Dios hubiera impuesto una institución religiosa como la Iglesia, no estaría rascándose los huevos, viendo como sus elegidos hacen justo lo contrario a lo que dictaminó. Enviaría a sus mensajeros cada dos por tres para que todos se cagaran de miedo tal como hacía antes.

—Creo que el ron no le ha sentado nada bien.

—No te confundas muchacho. Adoro a ese cabrón como tú lo llamas. Y no dudé ni un momento en pasar por esto —dijo señalándose el alzacuello— para seguir su voluntad cuando descubrí la verdad.

—Mire, me he perdido. —Se frotó con ganas las sienes y luego se estrujó el puente de la nariz—. ¿Qué tiene todo esto que ver conmigo, o con Miki, o con Sol? ¿Qué cojones ha pasado hace un momento en la otra habitación? ¿Qué demonios era eso? ¿Por qué se refirió a mí como maldito? ¿Dónde coño está la cámara oculta?

Malaquías volvió a abrir la botella y rellenó la taza del muchacho.

—Bebe. Te sentará bien. —Lo invitó a beber con un gesto de la mano—. Mira muchacho, la Biblia no fue escrita por Dios, sino por hombres. Supongo que eso es obvio hasta para ti. Los que la confeccionaron tomaron lo que quisieron, la modificaron a su antojo y la promulgaron como Ley Divina. Si bien algunas cosas son ciertas, demasiadas se alejan de la realidad.

»Dios creó primero a los angeles a partir de Su propia esencia. Al principio le pareció un juego divertido hasta que empezó a aburrirse de él. Sus hijos carecían de emociones contradictorias, seguían ciegamente la palabra del Padre y estaban desprovistos de toda ambición. Eran como figurillas de porcelana que permanecían impasibles, impertérritas a su propia existencia. Dios decidió después de un tiempo procurarse un nuevo juguete. Así que lo siguiente que creó fue a los demonios. Seres emocionales, viscerales, ambiciosos y extremadamente independientes. Oh, sí. Sin duda debió ser una época muy divertida para Él. Ver como sus criaturas se pisaban unas a otras tratando de acceder a Su gracia, y al mismo tiempo fulminando a diestro y siniestro a todas aquellas que, como ilusas, trataban de arrebatarle el puesto. No obstante, con el tiempo, también acabó cansándose de hacer siempre lo mismo, así que decidió ampliar el campo de juegos.

»Tanto ángeles como demonios vivían en planos de existencia distintos, así que les proporcionó un vehículo que les permitiera acceder a un plano en el que ambos pudieran interaccionar. Y en él se procuró un nuevo juguete hecho de carne al que le dio a libertad de decidir.

Malaquías guardó silencio a la espera de una reacción por parte del muchacho. Un extraño brillo en aquellos ojos hizo que se le erizara el vello de la nuca. ¿Por qué el chico habría decidido olvidar? Había conocido a unos cuantos malditos a lo largo de su vida. Algunos de ellos, por alguna extraña razón, habían decidido voluntariamente olvidar su condición. ¿Por qué lo haría él? Y lo más importante: ¿por qué Miki querría ver a un maldito muerto?

—Tanto ángeles como demonios —prosiguió con la historia—, se sintieron rápidamente atraídos por la carne. Algunos llegaron a pensar en nosotros como si de verdad fuéramos sus hermanos pequeños, y de entre todos ellos, el que más nos amaba era el hijo predilecto de Dios: Lucifer.

—Quieto parao. ¿Es usted consciente… de que está como una puta regadera? Pero ¿qué gilipolleces me está contando? —Se levantó con brusquedad del asiento—. No sé qué mierda de drogas me dio cuando me operó, pero sin duda nada de esto es real. No sé qué cojones quiere de mí —dijo mientras se dirigía hacia la puerta para salir cuanto antes de allí—, pero no vuelva a cruzarse en mi camino. Usted obviamente no es cura. Lo más probable es que trabaje para un patrón contrario a Miki y… creo saber de quién se trata.  El mismo cabrón que me metió la cabeza en el puto váter. Pero esta vez no tengo intención de ser el cabeza de turco de nadie —sentenció antes de cerrar la puerta tras de sí rebosando ira y frustración por los poros.

Malaquías dejó caer la cabeza entre los hombros. Habría sido duro tener que matar al chico si este se hubiera tomado las cosas de otra manera y hubiera tratado de arremeter contra él, convencido de haberlo metido en alguna encerrona.

«Sí, una lástima», pensó.

A su espalda, de la habitación contigua, emergió de las sombras un tipo algo entrado en kilos, traje color hueso y un bastón de alabastro con figuras retorcidas labradas en él.

—No se ha creído nada —le dijo al Cura sin entrar en su campo de visión.

—¿En serio? —bromeó Malaquías algo hastiado—. No me había dado cuenta.

—No me extraña. Menuda sarta de patrañas y mentiras le has contado. Ni tú mismo te las creerías, viejo. Podrías haberte inventado algo mejor.

—Es un maldito que no recuerda lo que es en realidad. La humanidad lleva desde las cavernas trasformando la realidad en cuentos, mitos, leyendas, religión. No son capaces de asimilar la verdad y menos de golpe. Eso les restaría la sensación de poder, y ante la indefensión, algunos se vuelven violentos.

—En ese caso, como él bien ha dicho, habrá que volver a meterle la cabeza en el puto váter.

—Así no conseguiréis el códice.

—¿Y quién te dice a ti que nosotros no lo tenemos?

El Cura sonrió con amargura mientras el corazón le bombeaba con fuerza y la sangre dejaba de acumulársele en el rostro tras la sorpresa inicial. Qué estúpido había sido y tarde lo comprendía. Tan cerca y a la vez tan lejos de la verdad. Golpeado con su propia lógica, con sus propios argumentos. No debió escuchar ninguna de sus palabras la primera vez que Andreas lo visitó. Pero claro, sonaban tan bien y él deseaba tanto creerlas…

Se puso en pie, se dio la vuelta, sacó pecho, miró fijamente a su oponente y con voz firme le dijo:

—¿Empezamos la pelea ya, o seguimos con estas tonterías?

—Siempre me caíste bien, Malaquías —sonrió Andreas como un lobo hambriento, complacido por las palabras—. Lástima que tengas que morir.

—Lo mismo te digo.

***

Hasta los cojones. Eso era lo que le rugía la mente mientras cruzaba la calle, se internaba en el callejón, llamaba a la puerta, recorría el oscuro pasillo, cruzaba el local y se dirigía hacia el despacho de Miki el Hoyuelos.

En qué mala hora se metió aquel día en una pelea y le salvó el cuello a uno de los secuaces de Miki. En qué mala hora conoció a Rita y se enamoró de ella. En qué mala hora trató de sacarla de aquel mundo decadente. En qué mala hora se metió de mierda hasta el cuello para luego no poder hacer nada por salvarla. En qué mala hora se echó a perder hasta no importarle un carajo su vida. En qué mala hora aceptó aquel trabajo. En qué mala ahora no mató a Miki cuando tuvo su oportunidad. En qué mala hora decidieron tocarle los cojones.

Los dos mastodontes que custodiaban la entrada observaron con su apatía tradicional como se acercaba de mala gana a la oficina del jefe. Al principio la tensión se les concentró en la nuca ya que no estaban acostumbrados a verlo de esa manera. Sin embargo, no parecían demasiado preocupados. Al fin y al cabo era la piltrafa humana esa que apestaba a alcohol. Esa actitud, esa autosuficiencia también le tocaba los cojones. ¿Qué clase de guardaespaldas contrataba la gente últimamente que siempre se dejaba llevar por las apariencias?

—¿Dónde…?

No le dio tiempo al guardia a decir mucho más. Un golpe certero en la nuez lo dejó inmovilizado, sin poder respirar. El segundo quiso sacar el arma, pero él, con la navaja empuñada desde que entró y guardada en el bolsillo para disimular, le traspasó el cuello de parte a parte sin pensárselo dos veces. Luego se la clavó en el estómago al primero para asegurarse de que la palmara. Desarmó a ambos, limpió la hoja de sangre en la parte trasera del pantalón y entró en el despacho con ambas pistolas empuñadas.

Dentro encontró a Miki, que follaba con una de las bailarinas sentada encima, y cuatro de sus guardaespaldas en cada esquina manteniendo como podían la compostura. No se lo pensó demasiado. Pam, pam, dos tiros certeros, dos tipos al suelo muertos. Fuego de cobertura hacia la mesa principal para buscar parapeto, pam, pam, rodilla, rodilla, pam, pam, cabeza, cabeza. Y con ambas pistolas bien aferradas fue directo hacia Miki quien no había cesado en su empeño por correrse.

—Aaah —dijo en éxtasis—. Cinco segundos. Ah… Ah… Ahora estoy contigo. Ah… ¡Aaah!

—Veo que aprecias poco tu vida —le dijo apuntándole a la cabeza mientras la bailarina se apartaba, recogía las papelinas de coca del suelo y se marchaba corriendo, posiblemente a frotarse los bajos con esparto, pensó.

—Si he de morir —replicó mientras se retiraba la goma del pene—, que sea con una sonrisa en los labios.

—¿Por qué me mandaste matar?

—Porque me traicionaste.

—Mientes.

—Sí. No lo puedo evitar. —Sonrió endemoniadamente.

Le disparó en un hombro y en la rodilla. Estaba harto de jugar.

—Sabías que trabajaba para otro antes de contratarme, así que no juegues conmigo. ¿Por qué toda esta farsa?

Miki abrió la boca para volver a mostrar los dientes amarillentos y retorcidos. Después de los impactos de bala se había encogido en un acto reflejo, pero contra todo pronóstico no se retorcía de dolor como lo haría cualquiera. Algo que de seguro tendría que haber desconcertado al pistolero que lo acababa de agujerear, pero no dio muestras de ello. Miki alzó las manos, enarcó las cejas y lentamente, acompañado de un gesto cómplice marcado en el rostro, las dirigió hacia el miembro que se guardó torpemente en los pantalones por culpa de la herida en el hombro.

—Siempre me caíste bien, muchacho. Desde el primer momento que entraste por esa puerta supe que ni lo hacías por voluntad propia ni porque tuvieras intención real de trabajar para mí. Sin embargo, decidí acogerte en la familia porque… te guste o no, perteneces a ella.

Un tiro limpio en la otra rodilla. Comenzaba a cansarse de tanta perorata, y la idea de que en realidad todo aquello le traía al fresco fraguaba más en su mente. La había cagado entrando así en La Puta de Oros, la guarida de Miki, pero si iba a morir, ya que lo habían estado jodiendo, él les devolvería el favor.

«¿Por qué cojones, si está sangrando como un cerdo, actúa como si solo le hubiera dado un par de hostias?», pensó seguidamente.

Cada vez se sentía más furioso y más estúpido. Como si le estuvieran tomando el pelo delante de las narices y él no pudiera hacer nada por devolver el golpe. Pero sabía que a estas alturas titubear no le salvaría el trasero, así que esta vez reunió la entereza necesaria para ser él quien llevara las riendas y no se dejara arrastrar.

—Auh —se quejó el mafioso—. Eso duele, gilipollas.

—El siguiente será entre ceja y ceja así que deja de andarte con rodeos.

—Mira muchacho, no dudo que tengas intención de matarme, pero en estos momentos soy la única esperanza que tienes de sobrevivir. Yo no le ordené a Sol que te matara después de que vinieras aquí apestando a Malaquías por todas partes. Te la asigné para que te protegiera de ese apestoso hedor endemoniado de Andreas. No sé qué te contó el Cura, pero estoy seguro de que él sabe quien tiene lo que me pertenece. Porque si no es mío, no es de nadie.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

—En principio creí que nada. Hasta que supe de su interés por ti. De nada le sirve el códice sin un maldito. Son jodidos de encontrar, ¿lo sabías?

Otra vez volvía a oír lo del códice. Otra vez oía la palabra maldito refiriéndose a él. Daba igual. Solo tenía una cosa clara: lo habían estado utilizando como a un peón en una guerra que le importaba una mierda. Siempre le había importado una mierda.

—Voy a matarte, Miki, por haberte desecho de Rita y por haberme jodido la vida. A menos que me des ahora mismo una buena razón para que no lo haga.

—Puedo devolverte a tu querida Rita. Esa puta de la que te encoñaste.

—Rita murió por tu culpa, cabrón. —Retrasó ambos percutores.

—Oh, ¿en serio? Pero eso puede arreglarse. —Sonrió una vez más con malicia.

***

Se sentía mareado, todo daba vueltas a su alrededor, le faltaba el aire. En los últimos días había vivido cosas que para otros hubieran significado el camino a seguir hacia la locura. Ahora estaba agotado. Allí, de pie junto a Miki, quien se había levantado del asiento como si tal cosa y se había dirigido al minibar con una ligera cojera dejando un rastro de sangre a su paso. «Miki es grande, vale, pero un tío así no estaría como si nada después de los balazos que le he metido y donde se los he metido. Podría disimular un poco, cojones».

—¿Quieres una copa? —le ofreció el mafioso mientras se llenaba un enorme vaso de Bourbon sin hielo.

—No, gracias.

—¿En serio? —Se volvió hacia él con la incredulidad reflejada en el rostro—. Tenía entendido que no rechazabas una copa, aunque fuera de gasolina.

—Preferiría estar lúcido en estos momentos.

—No, no lo preferirías, pero allá tú. Siéntate. Nadie va a venir a molestarnos.

—También prefiero seguir de pie.

—Como quieras —dijo antes de dar buena cuenta de la bebida y rellenarse el vaso—. ¿Qué te contó el Cura sobre los malditos?

—No sé qué mierda sobre ángeles y demonios.

—Sí, muy propio de él. Gilipollas. Cuando un tío pierde la memoria después de un golpe, lo mejor es arrearle otro buen mamporro. Eso todo el mundo lo sabe, joder, pero el bastardo nunca lo vio así. ¿Seguro que no quieres darte un buen lingotazo?, ¿un chute?… Invita la casa.

Negó con la cabeza. El humor empezaba a agriársele y la paciencia bordeaba la ira.

—De acuerdo, de acuerdo. No insistiré más. ¿Y qué te dijo acerca del códice? Porque seguro que sabes eso.

—No me dijo una mierda. Y sigue sin interesarme. ¿Por qué dijiste que podría arreglarse lo de Rita?

—Pues debería interesarte toda esa mierda porque Rita está metida en ella. La muy zorra vino a mí un día asegurándome que había encontrado a un maldito. Pero no uno cualquiera, no. Un penitente, nada menos. Aunque yo los llamo gilipollas a secas. No te ofendas, pero es lo que eres.

—¿Por qué mataste a Rita? —Sintió que la mandíbula se le tensaba como su índice alrededor del gatillo.

—Porque la puta sabía demasiado y lo quería todo para ella. Como todas las putas. Deberías saberlo. Tú te la follabas.

Un nuevo disparo. No pudo ni quiso evitarlo. Quería cerrarle de una vez por todas esa enorme bocaza, pero por alguna razón las tripas le rugían que aún no era el momento.

—¡Joder! —se quejó Miki—. ¿Es que no puedes mantener el gatillo tranquilo por un momento? Estoy tratando de quitarte la venda de los ojos, capullo. Tu Rita era una puta y no porque trabajara para mí, precisamente. Siempre lo fue y siempre lo será. Ella creía que si se ganaba tu confianza, tu amor —dijo con desprecio—, la llevarías directita al códice. Serías la llave para desatar a las furias. ¿Comprendes algo de lo que te estoy diciendo? No, ya veo que no. Si va a tener razón el Cura y todo. A ver, tu querida Rita no es más que una arpía de tres pares de cojones que te utilizó y que luego trató de joderme a mí. Y eso sí que no iba a permitirlo.

—Vale. Y por eso la mataste. No me estás diciendo nada que vaya a salvarte el pellejo ahora mismo. —Amartilló el arma con decisión.

—Ey, vaquero, relájate. Yo no me la cargué. Solo le puse la zancadilla.

—¿Abrirle un boquete en el pecho después de torturarla te parece ponerle la zancadilla a alguien?

—En su caso, sí. —Entrecerró los ojos y torció el gesto—. ¿Qué te pareció Sol? Una criatura deliciosamente follable, ¿eh? No me digas que no. Pues Rita era como ella. Y no me vengas ahora con que no sabes de qué te hablo. Todavía huelo su sangre en ti. Malaquías, no sé cómo cojones lo supo, pero sin duda estaba preparado. Una lástima. Hasta se creerá que hizo algo bueno, el muy cabrón. Ya no es fácil el tránsito, ¿lo sabías? Yo creo que es la maldita televisión. Pero tú qué vas a saber del tránsito. Solo lo hiciste una vez y en tu patética existencia decidiste olvidar. Ser un puto penitente. Patético.

—Mira, Miki. Me pesan los huevos ahora mismo, así que no me jodas. No sé qué coño es eso del tránsito, pero ahora mismo te voy a proporcionar un viaje al otro lado.

—De eso estoy seguro. No creas que no lo sé. Y joderás todo lo que he conseguido durante estos años. Los demás pueden seguir esperando Al Que Vendrá. Yo no. No pienso esperar más. Estoy harto de despertar cada vez en un cuerpo distinto. Esperar en el otro lado la oportunidad de encontrar una brecha y entrar aquí. No señor. No más. Rita está en el otro lado, sí, pero no en ese lado que crees. Estará esperando en nuestro mundo una nueva brecha, y cuando la vea se abalanzará sobre ella como una gata en celo. La volverás a ver, claro, pero puede que ni te acuerdes de ella, puto penitente de los huevos.

Un estrépito ensordecedor. La puerta se hizo añicos a su espalda. Encogió los hombros en un acto reflejo, apretó los dientes, reprimió una maldición. «Estúpido —se dijo—. Eres un completo y perfecto estúpido».

—Ya era hora de que aparecierais —dijo Miki sentado tranquilamente—. No sabía ya qué contarle.

Todo sucedió muy deprisa y a la vez increíblemente lento. Comprendió su error ante el mafioso que lo había sabido acaramelar. En realidad quería, deseaba creerlo. Creer que era posible rescatar a Rita. Con todo lo que había visto hasta la fecha… se había aferrado a ese imaginario clavo ardiendo. En realidad, se había dejado llevar, como siempre. Torció el gesto al reconocerlo. Mientras los matones entraban de uno en uno por la estrecha puerta del despacho, se llevó la mano al interior de la gabardina. No iba a desperdiciar balas en matones. Su objetivo estaba frente a él, muy seguro de sí mismo y luciendo aquella sonrisa grotesca de victoria.

Miki también comprendió entonces su error. Confiar que podría controlar a aquel hombre desesperado. Las facciones, el gesto se le desencajó al ver como aquella piltrafa humana extraía de la gabardina un bulto mullido, una sábana de color marfil y moteada en carmesí. Apestaba a sangre de Sol. Ese olor intenso que había estado percibiendo en el chico y ahora sabía por qué no había sido más sutil. «No me jodas», fue lo único que le dio tiempo a pensar.

—Vas a morir, capullo —trató de intimidar al chico en un acto desesperado. Claro que se le iban a echar encima sus matones y lo iban a destrozar, pero él ya no estaría para verlo. Lo sabía.

—Yo no tengo nada que perder —replicó con la sonrisa más endemoniada que Miki había visto nunca y unos ojos… Unos ojos que habían visto demasiado, durante demasiado—. Tú sí.

Disparó a Miki entre ceja y ceja mientras un par de balazos le impactaban en la espalda. Antes de caer al suelo, envuelto en un mar de tinieblas y oscuridad, extendió la sábana en un gesto desesperado y cubrió el cuerpo del mafioso que ocultaba ahora una mirada vidriosa, un gesto de terror. «Por nosotros, cariño», fue lo último que pensó antes de morir, satisfecho de sí mismo por haber borrado de la faz de la tierra aquel ser retorcido e inmundo. Por una vez en su vida había tomado una decisión firme y la había llevado hasta el final. No se había dejado arrastrar.

***

Malaquías observó el rostro del muchacho tendido en el frío metal. Se dio cuenta de que no le habían hecho la autopsia. Para qué. La causa de la muerte era clara y nadie iba a reclamar nada, porque en realidad nadie conocía al chico. Ni siquiera él. Le habían dicho el nombre, pero el Cura supo que no era el suyo, aunque asintió.

—¿Reconoce a este hombre? —preguntó el forense.

Asintió una vez más.

—¿Le importaría dejarme un momento a solas con él, por favor?

El médico no parecía muy convencido, pero la vista se le desvió hacia el alzacuello y eso hizo que se relajara. Se encogió de hombros y finalmente asintió en silencio. El turno de noche era demasiado estresante para no tomarse un descanso.

Cuando Malaquías sintió que estaba solo en la sala, se alejó del muchacho y abrió una plancha cercana. Allí estaba el cadáver de Miki. Sonrió entre dientes. A pesar de su escepticismo, el chico había usado la sábana de transición. El ente había quedado atrapado en el cuerpo y se descompondría con él. Suspiró; gruñó. Se llevó una mano a las costillas. Andreas había mejorado mucho desde la última vez que se habían enfrentado.

—Preferiría que te quedaras ahí —dijo mientras sacaba del bolsillo algo parecido a unas tenazas metálicas—, pero necesito información.

Le abrió los párpados del ojo izquierdo y con cuidado le extrajo el ocular para luego depositarlo en un pequeño bote con formol que llevaba en otro bolsillo. Cuando se aseguró de que todo seguía en orden, volvió al otro cadáver.

Era obvio que no podría llevárselo sin llamar la atención. Le tocaría ser paciente. Y mejor proporcionarle un entierro a que lo incineraran. Los malditos como él podían volver a la vida dentro del mismo cuerpo aunque los descuartizaran, la única diferencia era el tiempo que tardaba el individuo en recomponerse. Pero el chico no solo era un maldito, sino también un penitente, así que el proceso podría llevar años. Que olvidara al despertar quién era, su pasado, sus anteriores vidas y demás, al Cura le traía sin cuidado. Lo importante era tener al joven controlado como bien hizo Rita en su momento.

Andreas había escapado. Lo creyó cuando dijo que ellos ya tenían el códice. Era un problema, sí, pero sin un maldito no les serviría de nada. Muchos estarían pendientes de la evolución del joven y Malaquías lo estaría aún más.

Observó la etiqueta atada al dedo gordo del pie. Leyó el nombre. Torció el gesto una vez más. Estaba seguro de que no era su nombre aunque el muchacho jamás se lo hubiera dicho. Sabía que el maldito había utilizado otros a lo largo de su existencia, de sus diferentes vidas y despertares, pero aquel no era el suyo. Puede que ni el chico lo recordara ya.

—Te lo dije —le susurró al oído antes de marcharse—. El Diablo tiene muchas caras, pero solo un nombre. Debiste recordarlo.

Fin de la tercera entrega.

NOTA: mi consejo es que leas AQUÍ el relato El cadáver sin nombre publicado en Ficción Científica. La historia tiene lugar poco después del final de esta (en realidad, justo después de la escena que fue eliminada) y ambas están relacionadas.

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